Generalmente, la sociedad occidental manifiesta un gran desconocimiento del manejo de sustancias psicotrópicas naturales y, más aún, de los estados alternos de conciencia. Esta ignorancia se traduce por un miedo difuso a las "drogas" cuando al mismo tiempo, en forma paradójica, el ciudadano occidental ingiere inconscientemente más y más "drogas domésticas": anxiolíticos, antidepresores, estimulantes, somníferos, excitantes alimentarlos y ambientales (agresiones sonoras, visuales, olfativas, sobrecarga eléctrica del hábitat y del medio urbano, ritmo de vida acelerado, estímulo emocionales de los media, etc.).
El uso terapéutico de los estados modificados de conciencia se confunde en forma ingenua con oscuros intentos de lavado de cerebro.
Por otra parte, las tradiciones racionalistas y positivistas han intentado e intentan permanentemente echar suspicacia sobre toda experiencia auténticamente religiosa. Este último tabú impide el acceso a una comprensión adecuada de fenómenos que demuestran una profunda dimensión transpersonal, una impregnación intensa de sacralidad y que se nutren de una valiosa subjetividad que provoca generalmente su excomunión por científicos atemorizados por el "misticismo".
Se necesita vencer esa ignorancia para poder domar ese miedo paralizante que rigidifica y petrifica la sociedad occidental.